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jueves, abril 20, 2006
pronóstico de
abril

Tercero

En realidad nunca se me ha dado bien eso de mover solo un pie, el pie derecho, al compás. Solía apagar todas las luces, subir la música hasta que era imposible escuchar el ruído de la lavadora, hasta que las notas me invadían, me golpeaban el pecho con tal fuerza que solo podía dejarme llevar, y lo hacía, lo hacía con todo mi cuerpo, volaba, daba vueltas, saltaba y reía sin parar. Esa misma risa que ahora no me sale, esa espontaneidad que viajaba desde mi vientre hasta mi boca.

Ahora ya no sé bailar, he perdido el ritmo, el equilibrio, los golpes en el pecho, la risa. Lo he perdido todo.

Sospecho que se encuentran en algún lugar entre la silla de ruedas y mis familiares y amigos, en algún lugar entre la puñetera búrbuja que me rodea y el resto del mundo. ¿Sabes, julio? A mi me gustaba el afuera, me gustaba la realidad con esos sinsabores, con el amargor del chocolate puro y el dulzón del almíbar, con sus subidas y bajadas como en un baile entre lo carnal y lo espiritual, me gustaba respirar y caer, volverme a levantar.

Y ahora siento que tengo miedo, que no hay pista de baile que me sujete, que mis piernas no andarán, ni danzarán, ni darán un solo paso, paralizadas por este miedo. Que no hay música ni ritmo suficiente que me haga levantar.

Y sigo tu compás, un-dos-un-dos-tres, es un vals en el que me invitas a bailar y no puedo seguirte. Un-dos-un-dos-tres, la música suena y no la escucho golpear mi pecho. Un-dos-un-dos-tres, ya no sé volar. Si, Julio, otros lo han intentado. Despegarme de esta silla es una ardúa tarea y tal vez no hay música suficiente en ese tocadiscos.

Aunque también he dicho que solo tal vez, anda, déjala sonar otra vez. Esta aguja parece tener magia.

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martes, abril 04, 2006
pronóstico de
abril

Segundo

Las miro dentro de la caja, todas son esbeltas, de una madera blanquísima, con la cabecita grande, roja y ovalada. Saco la primera, me mira con cara desafiante, sabe que me costará encenderla, y yo intento recoger las fuerzas para prender y soplarte fuerte, pero lento, mientras apago mi primera llama.

Sé que la primera es la más difícil, como las tiras de cera al depilar, la primera es la que más duele. Como la primera carta.

Mi primer paso, hace ocho meses, no fue el que más dolió, no señor, fue el último que recuerdo. Aquél instante de lluvia de cristales y su frágil cuerpo tendido sobre el parabrisas, aquél crujido unísono de mis piernas y su espalda, aquél chirriante sonido de los hierros al girar. Aquél instante fue el que más dolió.

Luego llegó la nada, el silencio y el blanco, a veces rojo, a veces negro, pero casi siempre blanco.

Y el primer paso no dolió porque no lo recuerdo, porque el primer paso fue despertar dos meses después del estruendo, despertar hace ocho meses y ser capaz de mover los párpados, y ése, ya, fue el segundo paso.

No me queda aliento, y he decidido apagarla bajo el grifo. Allí no caben paraguas.

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